Otro destino obligado en Brasil es (como no) Brasilia, como epítome de ciudad moderna ideada por una sola mente. La construcción de la ciudad comenzó en 1956, bajo las directrices de Lúcio Costa como principal urbanista y el genial Oscar Niemeyer como principal arquitecto. En 1960, se convirtió oficialmente en la capital de Brasil. Su conocida trama urbana en forma de avión es tremendamente funcional, quizá demasiado, y parece estar ideada como para una ciudad más floreciente y vibrante de lo que es hoy en día la ciudad. Las anchas aceras están casi vacías, los jardines desiertos; solo los elegantes edificios publicos de Niemeyer tienen una afluencia mas o menos constante de turistas. Excesivamente rígida y desangelada, Brasilia exhibe su arquitectura como único reclamo para no ser olvidada. Hasta la música de la radio del coche era extrañamente triste (especialmente para un país como Brasil). En ella podías notar la melancolía de sus ciudadanos-funcionarios que fueron traídos de sus alegres ciudades costeras a mitad de la nada por cumplir un ideal político de centralización sin demasiado fundamento.
A pesar de todo, Brasilia es una ciudad a la que me gustaría volver, no solo para admirar la impresionante arquitectura de Niemeyer, sino para conocerla mejor y dejarme seducir por ella.
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