Confieso tener cierta predilección por aquellas casas que ofrecen una experiencia sensorial completa, es decir, que se habitan con los cinco sentidos (bueno...cuatro). En éste pasaje José Luis Sampedro nos descubre una de ellas en su libro -La sonrisa etrusca-:
"...Algo bueno debían tener estas casas (las de de ahora); este silencio de muertas. Claro, el hormigón ahoga los ruidos, como ataja los ríos en los embalses...En cambio allí las casas viven, en su madera y en su adobe; hasta en sus piedras, porque son de la misma montaña en que están. Y como están vivas, hablan, lo charlan todo; más aun de noche, como las viejas que no pueden dormir.
Yo de chiquillo no entendía su habla; las casas tan huecas me asustaban y yo me pegaba al cuerpo de mi madre buscando amparo, pero al revolverme, cris-cris, la paja del maíz protestaba en el jergón. Me quedaba quieto y entonces todo eran chasquidos, tableteos, chirridos alrededor..., ¡qué sé yo! Como si la casa entera se meneara también sobre la tierra para acomodarse mejor y le sonaran las coyunturas; pero no era eso, lo acabé comprendiendo; era que ella contaba cosas, la muy parlera...
Todo lo parlaba: malas noches, regodeos, enfermos, partos...Y la muerte, no digamos; sólo que en los velatorios era al revés: ella callaba y todos cuchicheábamos como en un mal sueño, como hablándole a ella, a la abuela que sabe de la vida."
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