Hace no mucho tiempo, tuve la ocasión de visitar el Monasterio de Veruela situado a las faldas del Moncayo, y pude apreciar el entorno, algo espartano y agreste, donde Bécquer encontró a sus musas para escribir las exquisitas Cartas desde mi celda. Esta obra no hubiera existido, o hubiera sido completamente diferente, de haber escogido el autor otro lugar de retiro donde reponerse de su frágil salud.
Y es que según parece, la relación de los escritores, filósofos y artistas con sus espacios de creación resulta ser determinante, ya que el lugar donde se escribe una obra influye significativamente en el ritmo, la estructura y el contenido de la misma. Esta fue la idea central de la exposición (y el consiguiente libro) Cabañas para pensar, la cual analizaba una serie de ejemplos de arquitecturas íntimas y esenciales a través de un conjunto de fotografías realizadas de las cabañas de algunos creadores fundamentales de la modernidad, poniendo de manifiesto la importancia de la organización del espacio de pensamiento en el acto de creación. En este caso, el entorno escogido por todos ellos se reduce a la mínima expresión arquitectónica, inmersa en la mayoría de los casos en una naturaleza, a veces exhuberante, otras agreste y minimalista.
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